1922, ese fue el año en el que hubo el primer intento de reloj de pulsera acuático, con la creación del modelo Submarine. Este diseño resultó ser poco práctico, ya que dependía de una segunda caja exterior, que evitaría que el agua entrase en el mecanismo. El principal problema era que había que abrir el reloj mínimo una vez al día para darle cuerda, por lo que estos movimientos repetitivos podrían acabar debilitando la caja, y dejaría de ser hermética.

Sin embargo, Hans Wilsdorf no tiró la toalla. Cuatro años más tardes daría luz el reconocido reloj Oyster. Su nombre significa «ostra», puesto que estaba cerrado como una concha y podía sobrevivir bajo el agua. Este reloj es el que ha conseguido unir a Rolex con el mundo submarino, como lo hizo ya en 1927, cuando la deportista Mercedes Gleitze cruzó el canal de la Mancha a nado, acompañada de un Oyster, que tras más de diez horas en el agua seguía funcionando a la perfección.

Ese acontecimiento y las numerosas demostraciones de su hermeticidad, consagraron al Oyster como el reloj por excelencia. Un reloj que «servía para todo», que todo el mundo quería tener.

Pero no se queda ahí, más adelante y teniendo en cuenta la moda del submarinismo y la exploración de las profundidades marinas, diseñaron el Oyster Perpetual, un modelo que soportó la inmersión en el batiscafo Trieste en 1960.

En definitva, un reloj de lujo, exclusivo, único e icónico que perdura año tras año y que se ha convertido en el deseo de cualquier persona amante de la moda o de los relojes. ¿Conocías esta historia?